No es la primera vez que intento escribir sobre aquel fatídico día, pero algo me impedía pasar de cuatro líneas, no era capaz de revivir aquellos trágicos recuerdos, después de pasar la visita en la unidad de quemados y gracias al impulso de la Dra. Lola, creo que tengo la necesidad de contarlo.

30 de Mayo de 2018, dos meses llevo de jubilado, no me creo  todavía `que los días son para mí, atrás quedan los 40 años al frente de mi pequeña empresa de construcción, que si bien tendría buenos recuerdos de otra época, el devenir de los últimos años, se encargaron de borrar, pero gracias a Dios todo eso quedo atrás, y me dispongo a empezar a disfrutar de mi nueva situación, soy muy afortunado, he podido llegar a la jubilación disfrutando de un buen estado de salud, junto a mi esposa Ana Mari , que durante 40 años hemos sido capaces de superar todas las pruebas que nos ha supuesto la convivencia, los indicios para el futuro, son muy favorables, tenemos dos hijos que son una bendición de Dios, María Ángeles y Mariano, un ejemplo de hijos que ya hace tiempo vuelan por su cuenta. Hace una semana volvimos de disfrutar de un viaje por Marruecos que ellos nos regalaron por mi jubilación ara fácil hace un tiempo imaginarme una fase de mi vida tan propicia, si bien económicamente, estamos como empezamos, tenemos el superávit de lo que nos ha dado la vida.

Aquella mañana, como tantas madrugue, me fui a un terreno que tenemos, que, es mi válvula de escape, donde tengo un pequeño huerto, y mis animales, perros, cabras, gallinas, patos, donde paso muy buenos momentos de entretenimiento y relajación, parte de la parcela es una montañita donde solo crece el esparto y algún cactus.

La hora del almuerzo, con los amigos, un rito casi obligado en esta nueva etapa. Aquella mañana nos tocó en el bar del trinquet, almorzamos como siempre, con ganas y buena compañía prolongándolo con una amena tertulia, después mi buen amigo Manolo me enseño su coche nuevo un flamante Peugeot 3008 blanco con capota negra, precioso, deseándole lo disfrutara al máximo con buena salud, nos despedimos hasta el día siguiente.

Desde allí me fui a revisar mis cebaderos del jabalí, también soy aficionado a los aguardos, y de vuelta al pasar enfrente de mi parcela, otee una pequeña columna de humo, subí por la puerta de arriba, y comprobé que estaba ardiendo la maleza, como he dicho antes esparto y algún pequeño romero, suerte que estaba limpio de hierbajos, pues las cabras se ocupan de limpiar el pasto, por eso el fuego avanzaba lentamente hacia el sur, y en la parte norte y oeste hay sendos chalets, sin pensar en nada, y ante el temor que pudiera propagarse a las casas colindantes, con el mismo azadón corte unas ramas de almendro y con ellas me enfrente a aquella serpiente incandescente, aparentemente sin mucha malicia, con la idea de no dejarle avanzar, menospreciando aquellas llamas que no levantaban un palmo del suelo, dos veces tuve que reponer las ramas de almendro, tan ofuscado estaba que ni siquiera pensé en bajar a por los extintores que guardaba en la caseta, ni en pedir ayuda o llamar a los bomberos, y así sin darme un respiro, cuando ya tenía el cerco hecho a falta de un par de metros, noto que sin ningún tropiezo caigo al suelo, con gran esfuerzo intento levantarme apoyando el dorso de las manos en los rescoldos, vuelvo a perder el equilibrio y ya exhausto y sin fuerzas no consigo levantarme, solo recuerdo que me encomendé a mi Ángel  de la Guarda y dije: yo ya no puedo más , ahora te toca a ti.

Tendido en el suelo, no recuerdo dolor, solo un rayo como un láser o una estrella fugaz, salió de mí y se perdió en el azul del cielo, lo siguiente que vi ya sentado en una silla, fue a mis dos Ángeles, Pedro y Chema con uniformes de policía  Municipal, que Dios los colme de bendiciones, habían desplazado mis 95 Kg. hasta un lugar seguro a más de 200 metros de la línea del fuego, nunca podré agradecer bastante aquella gesta en el momento oportuno quiero creer que alguien guio sus pasos para llegar en el preciso momento.

Al momento llegó el equipo de urgencias, mi médico de cabecera y buen amigo Dr. Juan Carlos Campos, y seguidamente el estruendo de sirenas, ambulancia y bomberos, también mi esposa alertada por la policía, no quiero ni imaginarme lo que pasó por su cabeza al encontrarse aquel panorama, y verme desde lejos sin dejarle acercarse a mí. ¿Cómo iba a pensar ella momentos antes cuando estaba poniendo la mesa, esperándome a comer como cada día?, empecé a sentirme mal por hacerle pasar por esta situación.

Me suben a la ambulancia, y entonces sí que empieza a despertarse el dolor, le pido a la doctora que me administre algún calmante que no se puede aguantar el dolor, me conforta un poquito oír que esta al teléfono con la Unidad de quemados, poniéndoles al corriente de la situación, las actuaciones están engranadas, y a pesar de la diligencia del conductor de la ambulancia, el camino hasta La Fe se me hizo larguísimo, todavía no podía hacerme una idea de la importancia de las heridas y la trayectoria que me esperaba,  pero en mi ánimo estaba que en llegando al hospital ya no podía pasarme nada, una vez que paró la ambulancia, con qué rapidez actuaron para atenderme si perder ni un segundo.

Muy nublados tengo los recuerdos de los días siguientes, salidas de la U.C.I al quirófano y del quirófano a la U.C.I , mucha guerra les di a todo el equipo, que además de la importancia de las quemaduras, tuvieron que bregar una infección de la sangre, una bacteria que impedía agarrarse a los injertos, una hemorragia gástrica a consecuencia de la deshidratación de las mucosas, cuando todo parecía enderezarse,  aparece un herpes zoster provocado por la bajada de defensas con el consiguiente protocolo antivirus, y para rematar, una reacción alérgica al gotero de nolotil que le faltó muy poco para rematarme. Pero gracias a Dios en todo momento estuvo el equipo muy acertado, pendientes de mí,  y además de su gran profesionalidad y trato amable, teniendo siempre las palabras de ánimo, transmitiendo proximidad y confianza. Mi gratitud sin límites a todos los componentes del equipo de la Unidad, nunca podré agradecer todo lo que hicieron por mí, tanto aquellos días críticos como a lo largo del proceso

Ya un poco recuperado, me invadió la sensación de culpabilidad por el trámite que le estaba haciéndole pasar a mi familia, ellos no se merecían que yo les estuviera haciendo pasar por todo esto.

También estoy muy agradecido a la cantidad de amigos que pasaron a visitarme, durante el mes que estuve hospitalizado, no puedo mencionarlos a todos, pero no puedo dejar de nombrar a Alfonso que no se dejó un día sin visitarme, al sacrificio que hicieron Manolo, Luis y tantos que vinieron a darme animo

A mi esposa que no me dejó ni un momento y a mis hijos, que todos los días vinieron a verme, y el doble esfuerzo de mi hija que todos los días se desplazaba desde  Castellón.

A todos muchas gracias y bendiciones.

Cuando ya han pasado casi cinco años, me encuentro físicamente totalmente recuperado, pero cuando oigo en las noticias los accidentes causados por el fuego, me envuelve un gran sentimiento de pena.