En los ojos de Valeria

A Valeria nunca le habían dicho que, a veces, ocurrían cosas que nadie podía controlar. Si es cierto que todos los días le recordaban que tenía que ir de la mano por la calle, mirar antes de cruzar por un paso de cebra, ponerse el cinturón, no correr al lado de la piscina…todo eso ella lo sabía, y sabía que, si lo cumplía, nada malo le pasaría. Pero…nunca le habían dicho que, a los mayores…también podían ocurrirles cosas malas.

Un día, de repente, puedes dejar de ser la niña que eres y madurar a toda velocidad para entender los problemas que, a veces, te da la vida.

Pero, toda historia tiene un comienzo, y la de ella, empieza aquí.

Valeria es una niña de 7 años singular, lista, curiosa, muy dulce, simpática y divertida, su familia la adora porque es la niña más buena del mundo. Una niña muy especial.

Desde muy pequeñita, odiaba las muñecas, y lo único que pedía por navidad eran libros sobre todo tipo de animales, o juegos para crear minerales, para construir una casa a las hormigas, a los insectos… también colecciones de fósiles y de conchas de playa.

Todos los domingos iba a la cabaña de monte de sus abuelos a comer, con sus padres, primos y tíos, y aunque hiciera frio y dentro estuvieran calentitos, ella siempre salía al monte a investigar y a buscar animales, insectos o plantas, e incluso a veces, a realizar colonias mezclando flores con agua y otros ingredientes que ella consideraba secretos.

Era especial, y ese espíritu tan aventurero lo había sacado de su padre, Lucas.

Lucas era un adulto que estaba conectado con su niño interior a todas horas, siempre hacia bromas y se divertía sin importar lo que pensara la gente, y por ello, padre e hija hacían infinitas cosas juntos, jugaban, exploraban, pero sobre todo se divertían. Lucas, además, era boxeador, y le encantaba el deporte, cosa que reflejó también en Valeria, que acabó apuntándose primero a gimnasia rítmica y después a calistenia para niños. Otra afición que compartían eran los caballos, Lucas se empeñó en comprarse uno y aprendió a montar por su cuenta, luego, le enseñó a Valeria, y desde entonces, no había día en el que ambos no disfrutaran de su yegua.

Esther, su madre, muchas veces se quejaba de que, en vez de un hijo, parecía que tuviera dos, aunque en el fondo, ella también se divertía y disfrutaba como una niña. Y pronto…serían uno más. Esther estaba embarazada y no le quedaban más de cuatro meses para dar a luz al pequeño Gabriel, y eso, tanto a Valeria como a Lucas, les hacía realmente felices. Ya estaban deseando conocer al nuevo miembro de la familia para realizar miles de aventuras juntos.

Un día, sin esperarlo, Valeria tuvo que quedarse con sus primos a dormir. A ella le encantaba, por lo que no tuvo problema. Pero, al darse cuenta de que sus padres no volvían a por ella, comenzó a preguntarse qué había ocurrido.

Fue al día siguiente cuando pudo volver a su casa con su madre. Valeria, contenta por dormir de nuevo en su cama, preguntó:

—¿Cuándo llegará papá?

Esther, nerviosa, tomó asiento al lado de la niña y le dijo:

—Valeria, papá no va a volver a casa durante un tiempo.

—¿Por qué? —se entristeció ella.

—Ha tenido un accidente en el trabajo, y ahora se está curando en el hospital.

—¿Y no puedo ir a verlo?

—No, cariño, aun no. El papá está en una parte del hospital donde no se puede entrar.

Esa noche, Valeria se fue a dormir entristecida, pero, cuando se despertó al día siguiente, escuchó a su madre hablar por teléfono con alguien, y está mencionó que su padre había entrado en un coma inducido.

“¿Qué es un coma inducido?” se preguntó. Para ella, la palabra coma significaba un signo de puntuación parecido el punto, y también, un signo se usaba en matemáticas para separar los números enteros de los decimales. ¿Cómo iba a estar su papá en una coma? ¡Era imposible! Debería de haberlo escuchado mal, y por ello, no se molestó en preguntar.

Pero pasaron los días y Valeria seguía preocupada, intentando comprender las palabras de su madre, por lo que un día, después del colegio, decidió preguntárselo a su prima Silvia.

—Teta, ¿qué es estar en un coma inducido?

Silvia se quedó pasmada, sin saber que decir, así que se sentó junto a ella y le sonrió. —Mira, te lo voy a mostrar—dijo—Túmbate y cierra los ojos, y no los abras hasta que yo te diga.

Valeria, curiosa, la obedeció.

—Estar en coma es estar, más o menos, como estás tú ahora—le explicó—Están dormidos, con los ojos cerrados, pero pueden escucharnos como si estuviéran despiertos.

—¿Entonces mi papá está dormido? —preguntó Valeria.

—Sí, pero es como si estuviera despierto, porque puede oír cada cosa que decimos.

—¿Ahora? —miró para ambos lados, asustada.

—No, ahora no. Puede oírte si estás en la habitación con él, o si le gritas desde fuera del pasillo. Desde aquí no puede oírte, porque… ahora tu mamá está en el hospital y… ¿tú la oyes hablar desde aquí?

—No—sonrió—Entonces…si voy al hospital, y le hablo a mi papá, aunque este durmiendo, ¿me escuchará?

—Así es.

—¿Y cuándo se va a despertar? —preguntó.

—Cuando se recupere. Está con los ojos cerrados para que mientras se cura, no sienta dolor. Es…como un truco de magia.

Valeria, contenta por saber lo que era un coma inducido, llegó a casa y convenció a su mamá para que la llevara con ella al hospital, aunque no pudiera entrar. Una vez allí, en el pasillo, recordó las palabras de su prima Silvia y, sorprendido a todo el mundo, comenzó a gritar:

—¡Papá, te quiero! —alzó la voz—Y aunque te eche de menos… ¡no quiero que te despiertes hasta que te cures! ¡La magia funciona!

Esther se estremeció ante ese momento. Valeria había entendido la situación, y había sabido gestionarla de la forma más correcta posible.

Desde esa tarde, cada día Valeria iba al hospital a contarle a su papá todo lo que había hecho, lo que había aprendido, las aventuras que había tenido…hasta que un mes después, su papá despertó.

Se puso muy contenta el día que su madre le contó la buena noticia, y estaba deseando ver a su papá, pero antes, Esther habló con ella:

—Tienes que saber que vas a verlo un poco raro—le dijo suavemente—Lo que le pasó a papá en el trabajo fue que su traje se prendió fuego, y su cuerpo se quemó. Ahora tiene la piel más rosita, y delicada.

Valeria asintió, y aunque también derramó algunas lágrimas, no le importó. Su papá estaba bien.

—Y también está más delgado—le avisó—Ha estado mucho tiempo durmiendo…y no ha podido comer nada.

—¡Entonces habrá que llevarle mucha comida! —dijo Valeria mientras corría hacia la cocina para buscar algo en la nevera.

—Valeria, papá no puede comer eso aún—dijo Esther—Él está comiendo por un tubo que tiene en la garganta, así que cuando se lo veas…no tienes que asustarte. Por ahí es por donde se alimenta.

—¿Por qué? —preguntó.

—Porque…como estaba dormido, no podía abrir la boca, y si no le daban de comer por ningún lado, se moriría. Por eso hacen agujeritos en la garganta, para meterles por ahí la comida, y así, mientras duermen, se pueden curar más rápido.

Tras asimilar toda esa información, Valeria fue a visitar a su padre, y aunque nada más verlo se quedó quieta en la puerta, después fue a abrazarlo mientras lloraba. Lucas tenía todo el cuerpo vendado, estaba muy delgado y no podía hablar, pero Valeria sabía que no hacían falta las palabras, lo importante era que su papá estaba bien, y que aún se iba a poner mejor.

Semanas después, con la ayuda de sus vecinos de enfrente, Valeria se pasó todo un día organizando una fiesta de bienvenida, ya que su padre volvía a casa. La realidad era que su padre era muy fuerte, porque si otra persona hubiese tenido ese accidente, habría muerto, por lo que, desde ese momento, Lucas, además de su padre, se había convertido en su héroe.

El tiempo pasó y Lucas fue recuperándose, y aunque los médicos le dijeron que no volvería a tener la misma movilidad que antes en las piernas ni en los brazos, él contestó: “Nadie va a decirme qué o que no puedo hacer”. Y desde ese momento, volvió a hacer ejercido para lograr la movilidad que tenía antes, todo para poder seguir jugando y teniendo aventuras con su hija Valeria.

A Valeria, además de la vuelta de su padre a casa, le esperaba otro enorme regalo: el nacimiento de su tan esperado hermanito Gabriel. Y desde entonces, con un nacimiento y un renacimiento, con un miembro nuevo en la familia y otro renovado, volvieron a vivir mil aventuras juntos, porque lo importante siempre, es creer en todas las posibilidades, en la fuerza de la lucha, y no dejar que nada ni nadie, te diga lo que puedes hacer.

Y toda esa fuerza, esa esperanza, esa sabiduría…hoy en día, se refleja en los ojos de Valeria.

Historia basada en hechos reales.